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Plegarias de un ateo

La existencia de Dios: ¿algo, alguien o nada?

Las campanadas de la vida, para muchos, se escuchan con mayor frecuencia los domingos, y para otros, en el final de una larga existencia. Menos mal que existe Dios; y su presencia se hace más fuerte cuando todo lo que hemos creído real —salud, trabajo o amor— se desvanece y se convierte en un recuerdo. Cuando el sentimiento es vilmente confundido con la vulnerabilidad material, en ese momento de resignación, tristeza y melancolía, pronunciamos con esperanza: «¡Ayúdame, Dios!».

¡Quién lo diría!: las paradojas de la vida y la superficialidad de las personas, unidas para creer y crear un «algo superior» que posibilite la redención del ser.

La existencia de Dios es ocasional, pasajera e incluso llega por sorpresa. Al respecto, un gran amigo mío —no creyente, un ateo peculiar— dedicó sus palabras más sinceras a una persona enferma que había sido muy especial en su vida. Cuando a este ser querido le quedaban sus últimos minutos de vida, mi amigo decidió pronunciar lo siguiente:

«Dios, si existes, te pido por favor que no te lleves a este gran hombre. Llévame a mí, que nunca creí en ti. Este ser divino es valioso para la humanidad, y yo sólo un simple desafío racional a tu bondad».

Así es: la plegaria de un ateo materializada en una profunda crisis ontológica. Es la teonomía plasmada en las palabras de un ser imperfecto que desea cambiar su vida por la de alguien cuyos minutos estaban contados. Pues bien, son las campanadas de ese «algo, alguien o nada» que resuenan en el corazón de todo ser humano con la esperanza de ser escuchado.

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