El gran objetivo de enseñar y escribir es describir los hechos con vigor. Sin embargo, cuando la necesidad de dar una explicación se vuelve el fin último, a menudo caemos en el pozo ciego de la positividad tóxica: «Todo está bien, todo fluye y nada nos derriba».
En este contexto, iniciaré una dialéctica que, sin duda, generará una roncha en aquel canalla que, amparado en su condición de hombre, es capaz de aterrorizar a una mujer y a sus hijos.
El objetivo de tener razón o lógica implica un ápice de cordura, rebeldía y lucidez, pues estos tres atributos nos darían el beneplácito de juzgar a quien intenta vendernos el argumento atroz de la fuerza como único medio de convivencia.
Durante muchos años me he rodeado de mujeres admirables —un gran privilegio que he tenido— y en cada una de ellas he podido refutar ciertas tesis que inducen al claro error sexista: la mujer se debe al hombre. ¡Vaya estupidez de ciertas ideologías cuasi religiosas!
Al respecto, he encontrado más mujeres fuertes y creíbles que hombres sinceros y honorables. Pero claro, al tratarse de canallas que imponen la fuerza antes que la razón, no existe la honorabilidad; sólo la ignorancia repugnante de valerse de sus brazos como mejor argumento de aceptación y debate. El típico animal vestido de persona.
En este viaje de negatividad hacia el comportamiento de ciertos hombres, existe la gran víctima: el hijo o la hija. Intentar que los niños entiendan el comportamiento de un ser inculto podría ser la tarea más importante de nuestras vidas. Y el error más grande que podemos cometer es relativizar la violencia o el uso de la fuerza como única herramienta para conseguir nuestros objetivos. La evolución del ser humano no es una opción, es una obligación. He aquí el primer argumento lógico de esta dialéctica.
Ahora bien, ¿es humano separar al hombre irracional como a un animal? ¿Hasta qué punto podemos defender sus derechos humanos?
Una madre sola en compañía de un canalla es como una carnada dentro del habitáculo de un tigre, dejando de lado la belleza innata de estos grandes felinos y enfatizando su agresividad biológica.
Pues bien, partiendo del gran error ideológico de que la mujer debe sumisión al hombre —que por cierto nació y sigue vigente en algunas religiones—, es importante que el pensamiento se adelante a los hechos; que los canallas aprendan de los hombres cultos y no de los animales. Que las valientes mujeres que conviven con bestias vestidas de personas huyan y acepten que el mañana puede ser diferente; quizá una realidad dura, pero infinitamente distinta a recibir la ira de un ser despreciable.
La antítesis de la vida es el sufrimiento, una parte oscura que juega con la esperanza y merodea su puerta con el objetivo de hacer notar su presencia. Los hombres caen con facilidad ante él; las mujeres lo enfrentan y, en muchos casos, salen victoriosas.
La tesis de este sufrimiento es la búsqueda de la verdad. Pero, ¿cuál es la verdad? ¿Será aquel argumento de palabras que aclaren algo? «Veritas est in puteo»: la verdad está en lo profundo. Difícil, ¿verdad? Pues es fácil cuando el argumento tiene la aprobación de la mayoría. Ahí nace la unanimidad.
El amor no se paga con violencia. Se desea con fuerza y llega cuando menos te lo esperas.

