Los niños hablan de hambre, los niños aman sin desgaste y, siempre que exista un alguien, los niños querrán el desarme. Es probable que los hombres vestidos de «frac» interioricen y mimeticen los secretos acerca de los niños, de sus muertes, y oculten sus derechos, sus expectativas e incluso a sus familias.
No importa de dónde vengan ni el color que tengan; la indiferencia, esa señal que vaga por un mundo tan singular e irregular, podría terminar con la tierna inocencia de los que apenas inician su vida. Por ello, los cobardes hablan y cazan desde lo alto.
Los tres puntos siguientes son como las tres balas que impactan en el cuerpo y asesinan los recuerdos; es la lucha por la utopía en vida, como quería el amigo Tomás Moro.
Los tres puntos:
- Los niños y las mujeres derraman lágrimas a coste cero; es la primera gran noticia para aquellos que dicen defender los derechos desde el color político que definieron sus repugnantes vidas como supuestos defensores de la justicia.
- Los pronósticos del tiempo fallan tanto como los datos estadísticos de la pobreza; es tan extraño que, a pesar de tener satélites en el cielo y radares en la tierra, no sepamos dónde dar esa voz de alarma para protegerlos, una alarma que ponga fin a estas situaciones inhumanas. Al respecto, un señor de cuello blanco que vendía el Corán en Las Vegas, dijo: «Es cuestión de fe y unos cuantos verdes de sentimiento».
- Sencillamente, lo justo tiene un precio muy alto y los pobres no pueden pagarlo; ellos ya tienen la vida hipotecada, los sueños de alquiler y las ilusiones financiadas.
El hombre que usa la justicia me dice que hay leyes, pero me advierte que el sistema padece de una peculiar amnesia transitoria y que, por lo tanto, su veredicto no es una imprudencia, sino una inevitable secuela.
Los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan.
José Martí

