¿Qué pensamos cuando perdemos minutos de vida? ¿Qué hacemos cuando un hijo nos pide atención? ¿Cuán importante es cambiar de teléfono móvil para tener más capacidad? ¿Dónde compraremos minutos para salvar nuestras relaciones?
Son interrogantes que, en algún momento de nuestra vida, seguramente tendremos que responder. Quizá en uno o diez años, o tal vez en aquel último momento cuando la enfermedad ya no te permita ganar más minutos de vida. ¿Fuiste feliz?
En aquel instante, seguramente te inundarás de lágrimas y remordimientos por no haber gozado de los seres humanos más maravillosos que solo te pedían unos minutos de tu tiempo. ¡Maldita nomofobia!
Tu teléfono se convierte en una extensión de tu cuerpo. No puedes vivir sin ese dispositivo; no quieres dejar de saber quién te dio un corazón virtual a cambio de nada. Y claro, cuando esa persona que te reclama atención te deje, la culpa no será suya, sino de tu estúpida decisión de empoderar a un dispositivo que te muestra aquello que quieres leer, pero que te aleja cada día de la realidad. Te aleja del amor a tus seres queridos. ¡Perdiste minutos de amor con tus hijos!
A pesar de todo, los seres humanos sabemos resistir y, con el tiempo y los avatares de la vida, solemos aprender de nuestros errores. Ojalá, en muchos casos, sea antes de quedarnos sin minutos de vida.

