¿Por qué? ¿Acaso la educación dejó de ser el pasaporte universal a un mundo sin fronteras para el conocimiento? ¿Tenemos pequeños tiranos en casa?
La sociedad parece confundida, como si sufriera de una amnesia colectiva donde los recuerdos fallan y las billeteras cobran vida. La lectura es cada vez más ridiculizada con memes o chismes, al punto que leemos menos de lo que comemos y callamos más de lo que cualquier médico recomendaría.
Resulta alarmante leer las críticas que surgen cuando un presidente intenta volver a los protocolos básicos de la educación: respeto, valores y civismo. Medidas que se materializan en algo tan simple como llevar un corte de pelo adecuado, saludar y dar las gracias a los profesores, vestir un uniforme limpio o rendir homenaje a la bandera cada lunes.
Por supuesto, esto fue inmediatamente calificado como un uso excesivo de la autoridad que atenta contra los «derechos de los niños». No faltó quien acusara a Bukele de intentar militarizar el sistema educativo. ¡El fin del mundo!
Vayamos por partes. Para ser justos con los críticos que padecen de amnesia, demos un breve repaso a los años 90, sin ir más lejos. En esa época, los niños sabían los colores de su bandera y cantaban el himno nacional cada lunes. Saludaban con profundo respeto a sus profesores y los cortes de cabello seguían un patrón clásico. En pocas palabras, la disciplina y los valores en el colegio no estaban en discusión.
Estoy seguro de que este breve resumen ha refrescado la memoria de los críticos. Quizás ahora recuerden sus propios años de infancia en el colegio y, a pesar de las carencias o turbulencias, agradezcan que aquella educación básica les inculcó de forma casi automática el respeto, el saludo y la gratitud hacia sus semejantes.
Ahora, para no extender esta crítica con un doble filo de olvido, observemos la realidad de los colegios en 2025. En su gran mayoría, han perdido el control de sus aulas. Los profesores son actores en un reality show social, temerosos de ser juzgados por los padres o de ser grabados sin autorización para luego ser expuestos en redes sociales. Por su parte, muchos padres se han convertido en rehenes de sus pequeños tiranos —sí, leyó bien, así los llamo—. Estos padres y madres, ausentes desde el amanecer hasta el atardecer, ya no tienen control sobre el día a día de sus hijos, y mucho menos sobre su disciplina. Para evitar llantos o discusiones, ceden, comprando paz a cambio de regalos.
Entonces, ¿qué es lo realmente alarmante? ¿Que nuestros niños crezcan sin educación, tolerancia, respeto y hermandad, recurriendo a la violencia como primera opción? ¿Que un simple corte de cabello se convierta en argumento para demandar a un colegio o suspender a un profesor, mientras que el acoso y la violencia entre niños se justifican como «cosas de la edad» que «debemos entender»?
Esa es la peculiar síntesis de muchos adultos de hoy.
Cada padre decidirá qué prefiere para su hijo. Personalmente, no quiero comprar regalos para que mi hijo respete a sus profesores o a los demás. Deseo que crezca con los mismos valores que me formaron como persona; que entienda que la violencia no es la respuesta ante las dificultades; que la amistad, el amor y la hermandad se cultivan todos los días; y que la tolerancia es sinónimo de inteligencia social. Pero, por encima de todo, quiero que sepa que dar las gracias o pedir disculpas no lo hará menos, sino todo lo contrario: lo llevará a lugares donde sólo llegan aquellos que buscan ser mejores seres humanos.
Y usted, ¿quiere seguir comprando regalos?


