Habría que esperar muchas noches para poder descifrar la verdadera historia de aquellas plebeyas que lograron encontrar el amor, pero la pared invisible de la circunstancia y el estatus no permitió que se convirtieran en princesas.
En aquellos tiempos, la ironía del amor no encontraba un mejor príncipe, pues todos los que vivían de la voluntad de un rey —patricios, justos y cristianos— solo sabían encontrar placer con algunas monedas de oro en el bolsillo.
Era difícil entender que el amor pudiera ser algo más que la nada; ni los cánticos ni La Traviata podían hacer más por aquello que no tenía sentido. El amanecer, como el crepúsculo, son simples travesías del tiempo, sin contenido para aquellos que jamás sintieron algo por nadie, que en ningún momento arriesgaron la vida para saber que, en verdad, podía haber algo más que simples miradas. Miradas que, por cierto, cientos de veces inician el recorrido por el camino del amor.
Es también complicado entender el desamor. Quizá sea una energía interna con fecha de caducidad. Muchos otros indican que se debe a la falta de sexo o de ciertos atributos, o a esa sensación de que la chispa —aquella química que se apaga con el tiempo por falta de latidos— simplemente ha desaparecido. Incluso, es posible que se trate de tener que volver a nacer para encontrar el verdadero amor.
A pesar de estas singularidades, recorrer cualquier camino no siempre nos llevará al mejor puerto, y mucho menos al puerto denominado «Te quiero sin condiciones».
Seas príncipe o plebeya, princesa o plebeyo, notarás que la química no engaña, que la naturaleza es sabia y que el universo une las piezas en el momento que menos te lo esperas.
¿Amor o desamor?

